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martes, 8 de enero de 2008

PASADO, PRESENTE Y FUTURO DEL EMPRENDEDOR

PASADO, PRESENTE Y FUTURO DEL EMPRENDEDOR
LA RACIONALIDAD EN LA ACTIVIDAD EMPRENDEDORA
Alfredo Rodríguez Sedano
Jose María López de Pedro
A lo largo de este siglo la figura del emprendedor ha sido objeto de estudio tanto para la economía como para la sociología que se han sentido atraídas por la relevancia que esta figura tiene en sus respectivos campos de investigación.
El propósito que anima este trabajo es poner de manifiesto la emergencia del emprendedor en una economía de mercado. Para ello acudiremos a dos de los autores que han contribuido de un modo decisivo a la comprensión de una teoría del emprendedor: Schumpeter y Weber. Ambos autores comparten un ámbito geográfico: Centroeuropa, si bien plantean su estudio desde dos perspectivas distintas aunque complementarias, la economía en el caso de Schumpeter y la sociología en el de Weber.
Es característica comúnmente admitida del emprendedor la «innovación». Si se prefiere puede usarse el término «promotor», de acuerdo con Mises, o «perspicaz» como lo refiere Kirzner. En cualquiera de los casos se están refiriendo cualidades específicas de quien encarna esa característica: el emprendedor.
Nos interesa, en este trabajo, referirnos al modo cómo se llega a esta característica tan peculiar. Para ello, sirviéndonos de los autores mencionados, examinaremos dos cuestiones que pensamos son decisivas: el proceso racional y el espíritu del capitalismo. Una vez examinadas, veremos la interacción que hay entre ambos procesos. De esta interacción deriva que el emprendedor es un individuo que goza de las cualidades específicas que se resaltan en el espíritu capitalista. Estudiaremos las consecuencias que esto supone para la conducta de este agente económico y se verá cómo lleva a la separación de la economía y la ética, haciéndose cada una autónoma en sus respectivos ámbitos. Por último, en las conclusiones resaltaremos los aspectos que nos parecen acertados del examen que efectúan los autores en los que nos basaremos y propondremos tres cuestiones que pueden ayudar a ampliar y mejorar el concepto de emprendedor.
I. LA RACIONALIDAD ECONÓMICA Y EL ESPÍRITU DEL CAPITALISMO
La tarea de los autores que consideramos en este trabajo participa y está orientada por el mismo ánimo que movió a otros pensadores con los que compartieron época y momento histórico, la Europa del último cambio de siglo. El propósito común a todos ellos es lograr una comprensión histórica de la Modernidad y para ello vuelven su mirada hacia el nacimiento y consolidación del capitalismo, por ser éste un fenómeno histórico relevante de dimensión social a la vez que económica en el que se contienen los valores propios de la Modernidad: individualismo, subjetivismo y racionalización de la conducta.
Estos valores propiamente modernos aplicados a la investigación suponen la adopción en las ciencias sociales del individualismo metodológico, enfoque que posibilita el tratamiento empírico de la decisión y la actuación del empresario innovador. Esta metodología les va a permitir afrontar el estudio del capitalismo desde una nueva perspectiva, la de los actores sociales, es decir, pasan a tomar como elementos para su análisis los motivos de las acciones de los agentes sociales, sus valores morales y las normas culturales que guían su conducta.
De acuerdo con Koslowski (1997; 31), individualismo y subjetivismo, están unidos al proceso de racionalización. “En efecto, este proceso está firmemente unido a la historia de la libertad en la cultura occidental. Individualismo significa la liberación del hombre de las limitaciones impuestas por la posición social heredada y las normas sociales y religiosas. Este proceso implica una diferenciación entre el individuo y la sociedad, que el primero percibe simultáneamente como liberación y enajenación. Es señal del desarrollo hacia el subjetivismo. El sí mismo, el yo, no el grupo, se hace responsable de sus acciones y su posición social. El individualismo occidental se basa en esta evolución del status al contrato y de la adscripción al logro”.
¿Qué aporta la economía para la comprensión del emprendedor? Sin duda algo muy valioso: la construcción de una teoría subjetiva del valor asociada a una teoría de las necesidades (Menger 1983). El gran problema teórico de los modelos marginalistas será cómo hacer compatibles estas dos exigencias aparentemente contradictorias: de un lado, una teoría subjetiva del valor; de otro, la concepción a priori de la racionalidad económica.
¿Qué aporta la sociología? Puede sostenerse que sociólogos, como Weber (1944) y Simmel (1977) y epistemólogos sociales, como Popper (1973 y 1982) y Hayek (1945 y 1948) aportaron unas bases epistemológicas que conferían una nueva comprensión del modo como los agentes económicos atribuyen sentido a sus acciones, de forma que éstas deben ser comprendidas a partir de las condiciones intersubjetivas de su constitución. Se estaban poniendo las bases para comprender mejor la relación existente entre la lógica de la acción individual y la lógica de la acción colectiva. El subjetivismo axiológico no podrá detener una tendencia acelerada -iniciada por el objetivismo utilitarista- al formalismo en el orden de los valores. La teoría subjetiva del valor mengeriana encuentra su fundamento en esta teoría formal de los valores.
Comenzaremos por el acercamiento que se hace primero desde la economía y luego desde la sociología. Veremos como desde perspectivas diferentes se llega a conclusiones similares.
1. J. A. Schumpeter (1883-1950)
El concepto de “innovación” (Schumpeter 1976; 73) o “creación destructora” (Schumpeter 1971; 121) que define y hace corresponder a la función empresarial como su elemento esencial se ha hecho mención obligada para cualquier escrito sobre el emprendedor. Pero en estos mismos escritos apenas aparece la preocupación que realmente alentaba su trabajo. Esta preocupación era la de entender “el aspecto cultural de la economía capitalista y la mentalidad que es característica de la sociedad capitalista y, en particular, de la clase burguesa” (Schumpeter 1971; 168). De este modo, nuestro cometido será intentar dar cuenta de esa función innovadora que desde Schumpeter se asigna al emprendedor pero desde un planteamiento más amplio que alcance a ese espíritu del capitalismo que tanto atrajo el interés de este autor.
1.1. El espíritu capitalista
Schumpeter forma parte de un grupo de investigadores que, desde la economía o la sociología, intentan explicar el surgimiento y la dinámica del capitalismo adoptando una perspectiva no tanto histórica, sino comprensiva de su origen, funcionamiento y lógica interna. En este sentido, el planteamiento de Schumpeter es en gran medida deudor y continuador del de otros autores como Simmel o Weber.
Observa Schumpeter un aspecto esencial en el espíritu que anima al capitalismo: su dinamismo. Considera al capitalismo tanto “un proceso evolutivo”, como “un método de transformación económica que no puede ser estacionario” (Schumpeter 1971; 120) debido a que lo que impulsa y mantiene el movimiento de su maquinaria es la aparición con la empresa capitalista de nuevos bienes de consumo, de nuevos métodos de producción y de transporte, de nuevos mercados y de nuevas formas organizativas.
De este modo, el espíritu del capitalismo consiste para Schumpeter en ese “proceso de destrucción creadora”. De él ha de participar toda empresa que concurra en el mercado y él es, en última instancia, la fuerza que empuja hacia el progreso técnico y organizativo. En consecuencia, las características que definen la función empresarial y sustentan el capitalismo son el dinamismo y la temporalidad.
Entiende Schumpeter por dinamismo el cambio que, de modo continuado, acontece y se origina dentro del mismo sistema capitalista. En este sentido, la acción del emprendedor resulta esencial al proceso económico por cuanto que, desde el interior del espacio capitalista genera constantes desequilibrios con su actividad innovadora. El segundo rasgo fundamental al carácter de empresario es la temporalidad, es decir, la persistencia en el tiempo de la la desestabilización de los mercados por la constante innovación. La noción de empresario que delimita Schumpeter con estos rasgos es más restringida que la que se venía usando tradicionalmente e incluso que alguna de las acepciones que hoy se manejan. Lo esencial en el empresario es para Schumpeter la continuidad en la innovación.
1.2. La racionalidad
Pero para trascender la mera descripción de una realidad observable y llegar a entender la causa de la emergencia del proceso capitalista se necesita de una nueva noción: la racionalidad. No le cabe duda a Schumpeter de que el pensamiento racionalista precede y es causa del nuevo orden capitalista, pero al mismo tiempo el capitalismo y las formas organizativas de la empresa capitalista son formas de racionalización. En otras palabras, el proceso racional es causa del nuevo capitalismo y a la vez el espíritu de este capitalismo incide en el proceso racional orientando la conducta del agente económico. Dicho de otro modo, para Schumpeter, el proceso racional es campo abonado para el nacimiento y desarrollo del capitalismo a la vez que el capitalismo es la fuerza propulsora para la extensión de la racionalización a todo el comportamiento humano.
La secuencia causal que se establece entre la racionalidad y el espíritu del capitalismo la expresa Schumpeter valiéndose del ejemplo de un salvaje que se sirve de un palo para cazar y pescar. Si este palo se quiebra el salvaje puede, o bien acudir a la magia para pedir a algún espíritu que lo recomponga o bien tratar de unir las partes separadas del palo o de procurarse uno nuevo. El primer estadio, el del recurso a la magia sería de orden prerracional, mientras que el segundo, el arreglo o sustitución de la herramienta, sería el estadio que Schumpeter denomina como racional.
En este último estadio, la repetición de procesos racionales y sus sucesivos logros conforma en la persona hábitos de conducta mediante los cuales se extendienden tales procesos a otras esferas de la actividad humana. Inicialmente el proceso racional es esencialmente humano.
1.3. La racionalidad económica
Esta actitud racional se implanta en el individuo de un modo progresivo y el modo en que penetra en el ser humano es, ante todo, a causa de la necesidad. De otra parte, el espíritu capitalista dedica todo su empeño a la satisfacción de necesidades. De este modo, el capitalismo favorece la racionalidad como orientadora de los comportamientos en cualquier ámbito y esto lo hace, al menos, de dos modos:
1. Confirma a la unidad monetaria como única unidad valorativa. En el recién surgido contexto del capitalismo todo resulta susceptible de tratamiento económico, de valoración en términos monetarios. El carácter de realidad «cuantificable en dinero», antes limitado al orden estrictamente económico, lo trasciende para extenderse a los demás sectores de la actividad humana, tales como las prácticas médicas, las artísticas o las espirituales.
2. El capitalismo reciente ha producido la actitud mental de la ciencia moderna, confiriéndola un carácter autónomo. Esto hace que se cree un espacio social para una nueva clase social que se apoya en sus realizaciones individuales en el campo económico. La fuerza con que surge el capitalismo atrae a aquel campo a las voluntades fuertes y a las inteligencias poderosas: los nuevos empresarios.
En estos dos modos en los que el capitalismo desarrolla la racionalidad del comportamiento se puede apreciar la trasposición del proceso racional. De ser este proceso esencialmente humano, pasa a ser considerado esencialmente económico, abarcando todas las esferas de la vida humana y las profesiones.
1.4. Consecuencias del planteamiento schumpeteriano
A modo de síntesis de todo lo anterior podemos afirmar que, para Schumpeter, son dos los rasgos esenciales del capitalismo: que es racional, de un lado, y, de otro, que en él se configura un modo diverso de entender la sociedad, segmentada de un modo más flexible y en base a la actuación individual.
Conviene ahora indicar otra importante consecuencia del capitalismo: el debilitamiento del carácter normativo e impuesto de la estructuración social en clases. A las tradicionales vías de elevación social como eran la Iglesia y la jerarquía feudal se suma ahora el ejercicio de la actividad empresarial. Mediante la ganancia económica el empresario puede ascender en la escala social y franquear así las fronteras de clase, bastante más rígidas en el espacio precapitalista (Jouvenel 1977; 287).
Por otra parte, como consecuencia del mencionado proceso de racionalización que afecta a la conducta y los fines que la orientan, el capitalismo niega el carácter orientador de cualquier creencia no racional, sea ésta metafísica (religiosa) o mística, secularizando así la mentalidad de los hombres de aquel tiempo. De este modo, el capitalismo afecta de un modo radical no sólo a los medios para alcanzar los fines humanos sino también a los fines mismos. Desprovisto de cualquier objetivo que contradiga o trascienda su racionalidad, al empresario sólo le queda perseguir su propia utilidad en la dinámica ya siempre econónica de la satisfacción de sus necesidades, en un planteamiento vital (ético) eminentemente individualista y utilitario. (basada en la eficacia y análisis coste-beneficio).
Acierta Schumpeter al destacar que el capitalismo no necesita para su funcionamiento de variables exógenas que le sirvan de finalidad. El fin de la acción empresarial es ahora estrictamente económico, expresado en términos monetarios, y sin ninguna referencia a valores que sean externos al proceso capitalista, como los de índole religiosa o ética. Como consecuencia, “el progreso económico tiende a despersonalizarse y a automatizarse” (Schumpeter 1971; 182). Es decir, el orden económico se hace progresivamente autónomo de cualquier otro propósito distinto de los económicos. La autonomización de la esfera económica y la consiguiente impersonalización del trabajo traen consigo el carácter funcional del trabajador, reduciendo su condición humana a la de mera pieza reemplazable en el engranaje económico.
Esta autonomía de la actividad económica se consigue mediante la ruptura con el ámbito espiritual y con el de los valores éticos, creándose así un nuevo espacio social para la acción humana en general, y, en particular, también para las ciencias sociales en el que se separan los juicios de hecho de los juicios de valor. A partir de este momento se entiende que sólo sobre los primeros puede recaer la investigación científica. La racionalidad imbuida del espíritu capitalista conforma los hábitos mentales en que se desarrollarán los métodos de las distintas ciencias y prácticas humanas. En consecuencia, tanto para la racionalidad económica como para las ciencias sociales la felicidad del hombre o las valoraciones éticas de su actuar quedan fuera de sus análisis.
Pero no es suficiente explicar el espíritu del capitalismo como la fuerza impulsora del proceso general de racionalización que afecta a los distintos ámbitos de la actuación humana -tarea que, como hemos visto, lleva a cabo Schumpeter-, sino que se hace igualmente necesario “investigar de qué espíritu es hija aquella forma concreta del pensamiento y de la vida racionales que dio origen a la idea de profesión y a la dedicación abnegada al trabajo profesional, que era y sigue siendo uno de los elementos característicos de nuestra civilización capitalista” (Weber 1995; 80). Este será el cometido que se proponga Weber y que, asimismo, nos ayudará a completar la visión que nos ofrece Schumpeter.
2. M. Weber (1864-1920)
En la medida en que Weber amplía el objeto de estudio, de la acción humana a la acción social, no se ocupa sólo de los fenómenos esencialmente económicos -aquellos cuya significación cultural reside esencialmente en su aspecto económico-, sino también de los pertinentes -aquellos que no interesan propiamente desde la perspectiva económica, pero que, en ciertas circunstancias, cobran significación en ese sentido porque producen efectos que sí interesan desde el punto de vista económico- y condicionados -aquellos que en casos individuales están influidos por aspectos significativos que le confieren un carácter económico- en un marco de interacción social de los propios agentes. La alteridad va a estar presente en el análisis económico-social que lleva a cabo.
El nuevo espíritu económico empresarial que conllevan estos fenómenos económico-sociales se contrapone, en Weber (1995; 69-70), al espíritu tradicionalista o aventurero. “Y esos nuevos empresarios no eran tampoco especuladores osados y sin escrúpulos, naturalezas aptas para la aventura económica, como las ha habido en todas las épocas de la historia, ni siquiera gentes adineradas que crearon este nuevo estilo oscuro y retraído, aunque decisivo para el desarrollo de la economía, sino hombres educados en la dura escuela de la vida, prudentes y arriesgados a la vez, sobrios y perseverantes, entregados de lleno y con devoción a lo suyo, con concepciones y principios rígidamente burgueses”.
El esfuerzo de Weber va dirigido a fortalecer la consciencia de la burguesía industrial alemana. En la introducción al libro Sobre la teoría de las ciencias sociales (1985, V), en el que se recogen dos ensayos weberianos sobre la metodología de las ciencias sociales, se señala que “a los ojos de Weber sólo la hegemonía de ésta -se está refiriendo a la burguesía industrial- podía garantizar la transformación del Estado alemán. Pero esta transformación, ineludible si se quería mantener a Alemania como una nación vigorosa y respetada por sus vecinos, había de entrañar una racionalización de la vida social mucho mayor, es decir, una potenciación sin precedentes de la división burocratizada del trabajo”.
2.1. La racionalidad
Comenzaremos por ilustrar qué entiende Weber por racionalidad, pues de este modo se entenderá mejor la contraposición que hace entre espíritu tradicionalista y el nuevo espíritu económico.
El interés de Weber se decanta claramente por analizar el tipo de racionalidad que se introduce en el ámbito de la economía y en el de las organizaciones, especialmente de las burocracias. A este tipo de racionalidad la denomina racionalidad formal o también racionalidad con arreglo a fines. La presencia de este tipo de racionalidad en Occidente la vincula al proceso de Industrialización. “La forma objetiva, institucionalizada y supraindividual es común a la racionalidad del capitalismo industrial, el derecho formalista y la burocracia administrativa; en cada esfera, la racionalización se incorpora a la estructura social y los individuos la encaran como algo externo a ellos”(Brubaker 1984; 9).
En Economía y Sociedad describe Weber el Capitalismo y las formas organizativas de carácter burocrático como dos grandes fuerzas racionalizadoras. Sin embargo, la racionalidad formal no es originaria sino derivada de aquella otra a la que denomina racionalidad sustantiva o también racionalidad con arreglo a valores. Este tipo de racionalidad se orienta por fines en el contexto de un sistema de valores dado, una cosmovisión cultural de valores. Ambos tipos de racionalidad tienen de común constituir el componente normativo de actuación del agente económico. La clave estará en ver cómo se explica la trasposición de una racionalidad sustantiva a una racionalidad formal que es la propia de la ciencia económica.
Para comprender esa trasposición, lo que trata de explicar Weber es que la racionalidad económica -racionalidad formal (con arreglo a fines)-, en presente, sólo puede entenderse desde un tipo de racionalidad -racionalidad sustantiva (con arreglo a valores)-, en pasado, que incluye un elemento de irracionalidad -dedicación abnegada- que termina por constituir un componente normativo de la profesión. Un texto de Weber (1995; 207), junto al anteriormente citado, nos advierte de que el punto central de su obra La ética protestante y el espíritu del capitalismo, es la noción de profesión, como la forma típicamente moderna de racionalizar la conducta ética. “Esta racionalización de la conducta en el mundo con fines ultramundanos fue el efecto de la concepción que el protestantismo ascético tuvo de la profesión. Al renunciar al mundo, el ascetismo cristiano, que al principio huía del mundo y se refugiaba en la soledad, había logrado dominar el mundo desde los claustros; pero quedaba naturalmente intacto su carácter naturalmente despreocupado de la vida en el mundo. Ahora se produce el fenómeno contrario: se lanza al mercado de la vida, cierra las puertas de los claustros y se dedica a impregnar con su método esa vida, a la que transforma en vida racional en el mundo, pero no de este mundo ni para este mundo”.
2.2. El espíritu capitalista
Delimitado el campo de acción, el objetivo que busca Weber (1995; 107) es claro: “la investigación ha de concretarse a establecer si han existido y en qué puntos, afinidades electivas entre ciertas modalidades de la fe religiosa y la ética profesional”. La sociología comprensiva weberiana, en su intento de buscar relaciones causales, establece relaciones de significado -afinidades de conducta- de este nuevo fenómeno económico y social que constituye una ruptura con el tradicionalismo capitalista.
Observa Weber que la emergencia de este nuevo fenómeno económico es resultado -entiéndase similitud que permite establecer relaciones de significado en un tipo especial de conducta- de hacer socialmente operativo el espíritu burgués a través de un ethos, es decir, un conjunto de virtudes que conforman un estilo profesional. Como dice Weber (1995; 69), “no es fácil encontrar quien reconozca sin prejuicios que un empresario de este «nuevo estilo» sólo podía mantener el dominio sobre sí mismo, y salvarse del naufragio moral y económico, mediante una extraordinaria firmeza de carácter; y que (aparte de su clara visión y su capacidad para la acción) fueron precisamente ciertas cualidades éticas claramente acusadas las que le hicieron ganar confianza indispensable de la clientela y de los trabajadores, dándole además la fortaleza suficiente para vencer las innumerables resistencias con que hubo de chocar en todo momento; y, sobre todo, a esas cualidades debería la extraordinaria capacidad para el trabajo que se requiere en un empresario de esta naturaleza, y que es del todo incompatible con una vida regalada”. La característica que observa en este nuevo espíritu empresarial es que “encarna cualidades éticas específicas”.
Para Weber (1995; 10) únicamente puede hablarse de moderno capitalismo, si hace acto de presencia la ética profesional. Y esto porque, como observa de Franklin, en el ethos que expresan las máximas ético-económicas, “no se enseña una simple técnica vital, sino una ética peculiar, cuya infracción constituye no sólo una estupidez, sino un olvido del deber; y obsérvese que esto es algo rigurosamente esencial”.
Este ethos constituye una ética de conducta. Es en este sentido “en el que usamos nosotros el concepto de espíritu del capitalismo. Naturalmente: del moderno capitalismo. Es evidente que hablamos tan sólo del capitalismo europeo-occidental y americano. Capitalismo ha habido también en China, en la India, en Babilonia, en la Antigüedad y en la Edad Media; pero, como veremos, le faltaba precisamente el ethos característico del capitalismo moderno” (Weber 1995; 46).
Dando un paso más, señala Múgica (1998; 26) que “en las réplicas a Fischer (1907 y 1908), Weber tiene ocasión de destacar, frente a Sombart, que su planteamiento se propone desentrañarnos el triunfo del capitalismo en el alma humana como un estilo ético de vida”. De este modo Weber (1978; 55) da el paso al ámbito subjetivo de la conducta del nuevo empresario. “Para mi problemática que se interesa en el origen de este estilo de vida ético que era intelectualmente adecuado al estadio económico del capitalismo, representaba su victoria en el alma de los hombres”.
Lo que se resalta de este planteamiento weberiano, no es el ascenso del capitalismo como un tipo de conducta económica, sino el triunfo del capitalismo en el plano subjetivo de la conducta, como un estilo de vida, como forma de conducirse moralmente, como una forma de conducta metódica, que es la que caracteriza a la racionalidad del nuevo agente económico.
2.3. La racionalidad económica
Centrándonos en la cuestión que queremos resaltar: la contraposición entre el espíritu tradicionalista y el nuevo espíritu económico empresarial, percibe Weber que lo que simultáneamente fue origen, al menos significativamente, de una nueva conducta racional, toma ahora tintes nuevos, por lo que capta Weber una paradoja: la característica distintiva del moderno capitalismo occidental es que posee «un espíritu», pero a la vez afirma que el capitalismo puede funcionar -y funciona de hecho- al margen de dicho espíritu sin que por ello cambie la conducta en su forma.
Lo que está latente en esta paradoja es pensar una situación de equilibrio -indiferenciación- en que normas, motivos y valores constituyen una cierta unidad funcional indiferenciada, en la que la vivencia de los valores constituye el componente normativo de la conducta. La indiferencia funcional afecta a los valores y a las normas. Desde esta perspectiva una racionalidad sustantiva sería aquella en la que la orientación subjetiva al valor por parte del agente racional fuera tal que bastara para regular la conducta, como es el caso del calvinismo que encuentra en la predestinación la orientación subjetiva que precisa la conducta. De este modo, el trabajo encuentra su sentido no en este mundo sino al que está orientado. La consecuencia es que el trabajo se convierte en un fin en sí mismo que es lo que va a asegurar, mediante el éxito permanentemente logrado, la predestinación. En esta situación la orientación de los valores y la vivencia de las normas se adecúa en el plano subjetivo de los motivos al obrar. Sin embargo Weber, de modo similar a Schumpeter, es consciente de que el equilibrio es inestable; es decir, estos autores son conscientes del proceso de diferenciación social en el que se mueve el emprendedor. Dicho de otro modo, el sistema funciona, de hecho, diferenciando valores, motivos y normas.
Pensamos, y en esto seguimos el pensamiento de Múgica, que la aportación weberiana no sea tanto poner de manifiesto una paradoja manifiesta, sino que lo sorprendente de su planteamiento es darse cuenta de que esa diferenciación no altera, en su forma, la conducta al vaciarla del espíritu que la iluminaba. Cuando Weber sostiene que la apropiación de las máximas subjetivas éticas ya no es una condición para la existencia del capitalismo, está queriendo expresar que la primitiva forma de conducta permanece -ahora diferenciada y autonomizada-, pero el espíritu que la animaba desaparece. La posibilidad de esta permanencia de la conducta estriba en el poder de autonomización de la economía. Dicho poder consiste en que el componente normativo siga regulando la conducta, es decir, asegure la subsistencia de la forma, pero sin el espíritu que le dio origen. La clave está en el proceso de diferenciación en el ámbito de la conducta: valores, normas y motivos. Lo que en origen eran unas ideas religiosas, se plasma ahora en unos valores culturales (cosmovisión). La racionalidad formal weberiana, que es la racionalidad con arreglo a fines y es la que encuentra en el ámbito de la economía y en el de las organizaciones, especialmente de las burocracias, no es originaria sino derivada de aquella otra, la sustantiva, que es la racionalidad con arreglo a valores, que encontró en el ascetismo calvinista.
2.4. Consecuencias del planteamiento weberiano
La apreciación weberiana sobre la forma en que es percibida la conducta del moderno empresario capitalista en la medida en que se ha mecanizado no necesita de esas ideas religiosas. La racionalidad del empresario es una racionalidad formal, con arreglo a fines. Dicho de otro modo, se trata de una racionalidad instrumental en el que los fines vienen dados: son datos. Su actividad versará sobre los medios más apropiados conducentes al logro de esos fines.
La razón por la que la moderna economía prescinde de las ideas religiosas, Arón (1992; 273) la sitúa en el hecho de que el calvinismo favorece el individualismo. El calvinismo posee el germen de su autodestrucción. “Esta derivación psicológica de una teología favorece el individualismo. Cada uno está solo frente a Dios. Se debilita el sentido de la comunidad con el prójimo y del deber respecto de los otros. El trabajo racional, regular, constante, acaba por ser interpretado como la obediencia a un mandamiento de Dios”.
Como consecuencia de esta ruptura con las ideas religiosas, se fragua el dualismo presente en el quehacer económico: de una parte, el sentido funcional, entendido como componente normativo que regula la conducta; de otra, el sentido ético, entendido como una cosmovisión cultural de valores que carecen de valor absoluto y su incidencia es producto de un proceso de selección por parte del individuo. Es ilustrativo cómo finaliza su Historia Económica General (1978) haciendo mención al desplazamiento del ideal religioso en la ética económica como una de las realizaciones específicas del protestantismo, consitente en haber puesto la ciencia al servicio de la técnica y de la economía. El capitalismo ahora tiene una vida propia que genera sus propias motivaciones, y no necesita ningún estimulo religioso para mantenerlas vivas.
En este marco weberiano puede explicarse el cambio progresivo en la conducta del empresario. De una parte, de una racionalidad con arreglo a valores (sustantiva) se pasa a una racionalidad con arreglo a fines (formal), vinculando esta última en Occidente al proceso de Industrialización. De otra parte, la autonomización de la economía marcará la pauta y el papel que el empresario habrá de desarrollar. Por consiguiente, la ciencia económica se basta a sí misma, porque el empresario capitalista ha visto que la misma ciencia no necesita de variables exógenas para su desarrollo y el logro de fines. El éxito, riguroso y calculador, no precisa ya del ascetismo. El concepto de éxito -manifestado en el permanente logro de ganancia monetaria- de Weber es similar a la proposición general de Simmel de que, en las modernas sociedades de mercado de Occidente, el dinero se ha convertido en un fin en sí mismo, por lo que ya no precisa de variables exógenas a su mismo proceso adquisitivo.
II. ASPECTOS PRÁCTICOS PARA UNA ECONOMíA DE MERCADO
Acierta Schumpeter al destacar que la economía de mercado, tal y como va evolucionando, no necesita para su funcionamiento de variables exógenas que le sirvan a su finalidad. El fin de la acción empresarial es ahora estrictamente económico, expresado en términos monetarios, y sin ninguna referencia a valores que sean externos al propio proceso, como los de índole religioso o ético. Como consecuencia, el orden económico se hace progresivamente autónomo de cualquier otro propósito distinto de los económicos.
Si como hemos visto la economía de mercado es esencialmente evolutiva, el emprendedor que no desee ser excluido de ese orden habrá de gozar de las mismas características de las que goza ese orden y estar atentos a su finalidad: el dinamismo en orden a satisfacer nuevas necesidades. Nos parece muy sugerente este proceder por cuanto que se otorga más importancia a quien innova, y para quien innova, que al proceso mismo de innovar. Las claves no residen en los mecanismos del proceso de mercado ni en la capacidad cognoscitiva, como en la actitud que se requiere para innovar. Este modo de entender la innovación nos parece más consistente con la realidad del emprendedor. Por fuerza los imitadores quedan lejos de ser emprendedores. Su actividad es necesaria para estimular la competencia y estimular al emprendedor. Si se nos permite la comparación, el emprendedor sería el creativo -aquel que aporta el valor añadido- y el imitador quien socializa esa creatividad de la que los individuos se sienten beneficiados. La economía de mercado responde a los nuevos retos con soluciones creativas -innovadoras- y con una función social -imitaciones-.
La mirada en una economía de mercado se vuelve a los consumidores más que a los productores. Si el origen de su implementación social es la necesidad no podría ser de otro modo. A la satisfacción de necesidades dedica todo su empeño. El beneficio que supone el desequilibrio producido es la justa retribucción de quien tiene la capacidad de innovar y la competencia, los imitadores, quienes equilibran distributivamente esos beneficios. A la postre, la economía de mercado vuelve su mirada a los consumidores que se benefician de la competencia mediante un equilibrio en el sistema de precios.
Por último, no necesariamente la mentalidad del emprendedor ha de ser individualista, presidida por un egoísmo ilustrado. Si se entiende bien el planteamiento esas actitudes surgen -no se puede negar la evidencia- pero entonces habrá que acudir a otras consideraciones que exceden este trabajo y acaban por viciar la razón de ser originaria del innovador.
III. CONCLUSIÓN
1. En el planteamiento schumpeteriano y weberiano del emprendedor cabe destacar una acertada interpretación: la autonomización de la economía implica un problema moral, porque supone a su vez la autonomización de la moral. Sin embargo la conclusión pesimista weberiana de que la autonomización anuncie y realice el ocaso del espíritu religioso que los unificó, sólo es comprensible desde el desenfoque en el modo de abordar el tema de la diferenciación social: el recurso al espíritu cristiano-calvinista del capitalismo como elemento unificador que verifica la transformación de la economía en una ética absoluta y viceversa, por lo que ambas resultan indiscernibles.
2. La respectiva autonomización de ambas esferas de valor -la económica y la moral- dan lugar, por un lado, a una liberación del hombre moderno económico y, por otra, a una ética objetiva del mercado (formal) que no necesita de cualidades éticas del individuo.
3. En esta situación el deber profesional, carente de espíritu, permanece como un sinsentido que es preciso cumplir inercial y mecánicamente. Como aprecia Weber (1995; 259), “el individuo renuncia a interpretar el cumplimiento del deber profesional, cuando no puede ponerlo en relación directa con ciertos valores espirituales supremos o cuando, a la inversa, lo siente subjetivamente como simple coacción económica”.
En nuestra opinión, y esa es la aportación que queremos presentar en este trabajo:
4. Se precisa un nuevo espíritu que, abandonando la inmanencia se abra a la trascendencia, no puede ser sino espíritu ético, y esto porque el espíritu de profesionalización está impregnado de racionalismo utilitario desde el comienzo, aunque su origen sea religioso. Efectivamente cuando se diferencia la racionalidad ética de la acción intramundana de la orientación religiosa sólo queda el racionalismo triunfante. En virtud de ese racionalismo sólo queda una orientación de la acción que domine racionalmente el mundo sin compromiso ascético: la acción racional con arreglo a fines. El nuevo espíritu ético ha de ser aquel que integre a la vez tres dimensiones de una misma realidad, a saber: bienes, normas y virtudes (Fontrodona, Guillén y Rodríguez, 1998).
5. Consecuentemente, se precisa de una ampliación de la racionalidad. No es suficiente una racionalidad instrumental, que es la racionalidad estrictamente económica, se precisa una racionalidad práctica que permita un desarrollo del nuevo espíritu ético y, consiguientemente, un adecuado análisis de la acción y del espíritu del capitalismo.
6. A la luz del nuevo espíritu ético y la ampliación de la racionalidad, sugerimos repensar el concepto de emprendedor, pues convenimos con Martin (1991; 151) que muchas cuestiones quedan aún pendientes. Y no se trata de cuestiones marginales. “Están en juego cuestiones tan decisivas como la fundamentación de los valores sociales y su posible validez transcultural, así como el sentido de la naturaleza humana, al menos como término de referencia de los sistemas culturales. Pero están también en juego cuestiones directamente relacionadas con el cambio social, el sentido de la racionalidad y su relación con la libertad, la conexión indiscutible entre las formas de organización de la sociedad, la realización personal y la felicidad”.
III. Referencias bibliográficas
Aron, R. (1992), Las etapas del pensamiento sociológico. Durkheim-Pareto-Weber, Siglo Veinte, Buenos Aires.
Brubaker, R. (1984), The limits of Rationality: An Essay on the Social and Moral Thought of Max Weber, George Allen and Unwin, London.
Fontrodona, J., Guillén, M., Rodríguez, A. (1998), La ética que necesita la empresa, Unión Editorial, Madrid.
Jouvenel, B. (1977), Los orígenes del estado moderno. Historia de las ideas políticas en el siglo XIX, ed. Aldaba, Madrid.
Hayek, F.A. (1945), The Use of Knowledge in Society, en American Economic Review, 35, septiembre.
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Koslowski, P. (1997), La Ética del capitalismo, Rialp, Madrid.
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